Dracomori

Las agujas secas de los pinos cubrían todo a su paso.
Los árboles estaban completamente desnudos y si alguien hubiese pasado por allí, hubiese sentido el crujir de la maleza que acolchaba el terreno cubriendo multitud de socavones.
Pudo ser un cigarro, lo que prendió en el bosque, pero fue una hoguera de alguien miserable.
Con una rapidez vertiginosa las llamas se extendieron descontroladamente.
Al dragón, que permanecía dormido en una cueva, le sorprendió el incendio y no tuvo tiempo de escapar.
No podía ser real. Rugía con furia, rugía con ira, mientras las llamas abrasaban sus alas y caía.
No vio a tiempo cómo el cielo se cubría y descargaba con dulzura el agua de sus nubes.
El contraste era impecable. El dragón lloraba. En sangre viva, la carnero ja. La savia, viva.
Mientras moría sentía la caricia de las gotas y la calma de sus heridas.

Un huracán convirtió al dragón en Draco. Un árbol de corteza lisa, ramas fuertes y ramificadas con raíces áreas y copa redondeada.
Otra vida había empezado, en otro cuerpo, por otras manos. ¿Había revivido? ¿Estuvo muerto? Estuvo perdido.
Allí seguía, en lo que era su bosque devastado. Atrapado, en un lugar en el siempre había creído estar reconfortado.
Pero anhelaba, cada día, la caída de agua fría.
Con melancolía, por fin, respondió con crudeza a un lugar al que ya no pertenecía.

"Que el aullido del viento se haga canción, que levante las hojas y bailen. Que la rama me encuentre en la oscuridad. Que su túnica verde me abrace"

La lluvia había calado y cargado sus raíces, que se esforzaron por retener la mayor cantidad posible.
"El bosque muerto, despierte
El bosque muerto, despierte"

Y entonces lo entendió. Dejó que el agua que tenía se filtrara un poco, cada día. Y todo empezó a brotar.
No era el mismo. No rugía, no dormía. Ahora estaba viva.

"Que el río seco de mi cuello se desborde en los campos del insomnio.
Y muestre el rastro del camino invisible..."

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